“El problema no es tu niño interior”

Se habla mucho del niño interior como si fuera una entidad viva a la que hubiera que escuchar, cuidar, sacar a pasear o incluso dejar decidir. Y no. El niño interior es una metáfora, no un sujeto. Sirve para señalar que hay aprendizajes emocionales tempranos que se quedaron sin elaborar, no para justificar conductas actuales ni para delegar la responsabilidad de la vida adulta. Tener traumas en la infancia es real, pero también lo es que la mayoría de las heridas que hoy condicionan a los adultos no se forjaron solo ahí. Se construyeron en relaciones posteriores, en fracasos no elaborados, en pérdidas, en vínculos mal cerrados, en decisiones evitadas una y otra vez. Sin embargo, se sigue mirando hacia atrás como si todo se explicara por ese niño, cuando lo que hoy reacciona no es un niño: es un adulto con recursos que no está usando.

Cuando algo del presente nos afecta, no es el niño interior el que gobierna, es una estructura adulta que aprendió a protegerse mal. No hay que hablarle al niño, ni abrazarlo, ni darle permiso para gritar o desaparecer. Eso es una infantilización peligrosa. Lo que hay que hacer es fortalecer la parte adulta que puede sostener emoción sin actuarla, conflicto sin huir, incomodidad sin romper. La sanación no pasa por expresar sin filtro, pasa por regular. Y regular es una función adulta, no infantil.

La teoría del apego ayuda a entender esto cuando no se usa como etiqueta cómoda. Un apego evitativo, por ejemplo, no es un niño herido que necesita espacio, es un adulto que no aprendió a permanecer cuando el vínculo se vuelve exigente. Un apego ansioso no es un niño abandonado pidiendo amor, es un adulto que no tolera la incertidumbre afectiva y busca calmarse fuera. El apego explica el patrón, no lo excusa. Nombrarlo no lo transforma. Lo que transforma es dejar de actuarlo.

Por eso alejarse sin explicar nada, tan normalizado hoy como supuesto acto de autocuidado, rara vez es sanación. Puede bajar la activación, sí, pero no integra nada. Es una retirada defensiva, no una decisión consciente. El adulto que se regula puede tomar distancia y poner palabras. El que no, desaparece. Y la diferencia no está en el daño previo ni en la historia personal, está en el nivel de adultez emocional disponible en ese momento.

Sanar no es protegerte de todo lo que incomoda. Es aprender a sostener lo incómodo sin destruir ni destruirte. No se trata de revivir el pasado ni de hablarle a partes internas como si fueran personajes, sino de asumir que hoy eres tú quien decide, quien actúa y quien impacta. Mientras sigamos desplazando la responsabilidad a un niño simbólico, seguiremos evitando el verdadero trabajo: crecer.

Porque el problema no es el niño interior.
El problema es una adultez que no termina de llegar.

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Relaciones sanas